Cómo gestioné el estrés de la enfermedad de Graves durante el embarazo

Por Jessica Florio Publicado el 16 de febrero de 2022. / Revisado médicamente por Tosin Odunsi, MD, MPH.

Gran parte del embarazo se centra en la salud del bebé en crecimiento, por lo que es fácil perder de vista que la salud de la persona que lo lleva es igual de importante. Ambas están inextricablemente unidas. Esto es aún más evidente si, como yo, la madre padece una enfermedad crónica. Durante todo mi embarazo, tuve la delicada tarea de tratar mi enfermedad tiroidea sin perder de vista el bienestar de mi bebé. 


Cómo gestioné el estrés de la enfermedad de Graves durante el embarazo


En octubre de 2016 me diagnosticaron la enfermedad de Graves, un trastorno autoinmunitario que provoca hipertiroidismo. En el tiempo previo a mi diagnóstico, sufrí mareos, palpitaciones, diarrea, ansiedad, pérdida de peso, fatiga, temblores e hipoglucemia reactiva. Sentía que todo mi cuerpo funcionaba a gran velocidad debido al fuerte aumento de mi metabolismo.

Tardé ocho meses en averiguar qué estaba pasando. Fui a varios médicos y me hicieron docenas de pruebas diferentes sin suerte; mis niveles de tiroides parecían completamente normales, al igual que el resto de mis análisis de sangre. Un día volví al cardiólogo para tratar de solucionar las palpitaciones y, por una corazonada, decidió comprobar de nuevo mis niveles tiroideos. Esta vez tenía claro que padecía la enfermedad de Graves. Nadie ha sido capaz de explicarme por qué ocurrió esto. Sólo estoy agradecida de que, finalmente, mi cuerpo decidiera hacer saber a todo el mundo lo que estaba pasando antes de que las cosas empeoraran aún más. 

Una de las cosas más desgarradoras que me dijeron después de mi diagnóstico fue que cualquier embarazo futuro podría acabar con varias complicaciones. Automáticamente se me consideraría de alto riesgo. La enfermedad de Graves no controlada durante la gestación puede causar pérdida del embarazo, bajo peso al nacer, restricción del crecimiento fetal, preeclampsia, problemas cardíacos tanto para los padres como para el bebé y la presencia de bocio. Aunque las probabilidades son muy escasas (del 1 al 5%), me preocupaba la salud de los futuros hijos.

Hay tres formas de tratar la enfermedad de Graves para que sea manejable: medicación antitiroidea, extirpación de la tiroides o terapia con yodo radiactivo. Yo opté por la medicación, ya que es la opción menos invasiva. Sin embargo, existe una pequeña posibilidad de que algunos medicamentos antitiroideos provoquen defectos congénitos.

La medicación que había estado tomando durante los últimos años (metimazol) conllevaba ese riesgo. El protocolo estándar consiste en cambiar a otro medicamento (propiltiouracilo) que es potencialmente mucho menos perjudicial para el bebé. Sin embargo, un efecto secundario del propiltiouracilo es el posible daño hepático. En otras palabras, no era una elección fácil. Pero al final supe que, pasara lo que pasara, siempre elegiría lo mejor para mi hijo, y decidí cambiar de medicación. Él era lo primero.

Cada cuatro o seis semanas me sacaban sangre y me hacían una ecografía para controlar el crecimiento de mi bebé. Los análisis de sangre eran para asegurarse de que mi medicación funcionaba, mi hígado estaba sano y mis niveles de tiroides se mantenían dentro de los valores normales. Las ecografías frecuentes garantizaban que el bebé crecía a un ritmo normal y no desarrollaba bocio ni otros defectos.


miedo de los efectos secundarios tanto para mí como para el bebé
Miedo de los efectos secundarios tanto para mí como para el bebé

Intenté replantearme mi forma de pensar: estaba agradecida de que las frecuentes visitas al médico me dieran más oportunidades de "ver" a mi bebé.


Si ese día me sentía especialmente incómoda con la aguja, hablaba con la enfermera para distraerme. Y traté de replantearme mi pensamiento: estaba agradecida de que las frecuentes visitas al médico me dieran más oportunidades de "ver" a mi bebé.

Durante todas estas pruebas, luché con sentimientos de ansiedad y culpa. Me ponía muy nerviosa que mi cuerpo no fuera capaz de producir un niño sano. ¿Tener un bebé mientras me enfrentaba a una enfermedad que podía afectarle era lo correcto? ¿Estaba siendo egoísta? ¿Podría perdonarme si ocurría algo malo? A veces era estresante y abrumador, pero me esforzaba por no dejar que esos sentimientos se apoderaran de mí: ¡el estrés es el principal combustible de una enfermedad autoinmunitaria!

Para tranquilizarme, me centraba únicamente en los resultados finales y en permanecer presente en el momento, y no en los "y si...". Cuando me preocupaban los resultados futuros, me recordaba a mí misma todas las cosas que sabía que eran ciertas en ese mismo momento: Estoy sana, mi bebé está sano, todo va bien. Y hasta que supe lo contrario, ese fue mi mantra. Por suerte, así fue hasta el final.

Cada vez que los resultados eran normales, me quitaba un peso de encima. Y luego hacía todo lo posible por no volver a pensar en ello hasta que llegaban los siguientes resultados.

Con esta mentalidad, las citas y las revisiones frecuentes se hicieron más fáciles. Cada vez que los resultados eran normales, me quitaba un peso de encima. Y entonces hacía todo lo posible por no volver a pensar en ello hasta que llegaban los siguientes resultados. Me concentraba en mantener el estrés al mínimo y en enviar todas las buenas vibraciones a mi vientre.

Por supuesto, esto no siempre fue tan sencillo. La ansiedad suele colarse por cualquier rendija. Si no podía evitar sentirme abrumada, me daba cuenta de que hablar con mi marido o con un amigo de confianza era una forma estupenda de salir de mis pensamientos. Podían ser unos mensajes rápidos mientras esperaba a que empezara una cita, o una larga conversación más tarde. Podía ser hablar del problema o distraerme riendo. En cualquier caso, conectar con un confidente era una forma segura de sentirme mejor.

Otra parte clave de este proceso fue la comunicación abierta con médicos en los que confiaba plenamente. Con mi nueva medicación, por ejemplo, recuerdo que tenía mucho miedo de los efectos secundarios tanto para mí como para el bebé. Pero hablar a fondo de mis dudas y preocupaciones con mi endocrino y mi obstetra me ayudó a mitigar mis temores.

Si tenía alguna duda sobre los resultados de las pruebas o lo que sentía, preguntaba a mi médico enseguida, por insignificante que pareciera. Era importante no tener miedo de hacer todas las preguntas que necesitara y defenderme cuando fuera necesario. A veces era difícil recordar lo que quería preguntar. Por eso, entre las citas prenatales, siempre anotaba las preguntas no urgentes que me venían a la mente. Cuando llegaba la siguiente cita, me sentía tan aliviada de estar preparada que me resultaba más fácil expresar mis ideas. Todo lo que quería preguntar lo tenía delante de mí.




Controlar una enfermedad crónica durante el embarazo y el estrés que conlleva puede ser muy duro para los futuros padres, especialmente para los primerizos. No habría podido superarlo todo sin mantenerme presente, encontrar un mantra, apoyarme en los demás cuando fuera necesario y hablar de mis dudas con los profesionales médicos.


Puede que tengas que probar y equivocarte para encontrar lo que te funciona, pero recuerda que no debes preocuparte por lo que no puedes controlar y céntrate en lo que sí puedes: enviar sentimientos positivos y de amor a tu bebé y cuidar de tu salud física y mental. Puede que necesites algunos trucos para superar lo que puede ser un momento de ansiedad, pero la experiencia será mejor tanto para la madre como para el bebé en general.

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